Leí el
triste poema escrito sobre sus pupilas, lo leí cubierto de lágrimas que abrazaban
mis labios. La misma hidratación salada, melancólica me mantiene ahora vivo y
muerto.
Me senté a un costado mirando la madera gastada del piso como si tuviera algún significado, coloqué mis manos por detrás de mi cabeza y me aplaste hasta llegar a las rodillas. Una, dos, tres horas.
Enderecé mi cuerpo y estiré las piernas cruzadas, pausé mi mirada en un foco quemado. Una, dos, tres horas.
Escuché un ruido seco y delicado, sonaba a madera contra madera. Cerré los ojos con fuerza lo que duró el sonido.
Le dije adiós entre dientes, le dije adiós como si todavía me durara el orgullo, como si no sintiera el ácido de culpa que recorre mi estómago. Le dije adiós como si todavía estuviera enojado por eso que dijo antes de salir, antes de morir.
Me senté a un costado mirando la madera gastada del piso como si tuviera algún significado, coloqué mis manos por detrás de mi cabeza y me aplaste hasta llegar a las rodillas. Una, dos, tres horas.
Enderecé mi cuerpo y estiré las piernas cruzadas, pausé mi mirada en un foco quemado. Una, dos, tres horas.
Escuché un ruido seco y delicado, sonaba a madera contra madera. Cerré los ojos con fuerza lo que duró el sonido.
Le dije adiós entre dientes, le dije adiós como si todavía me durara el orgullo, como si no sintiera el ácido de culpa que recorre mi estómago. Le dije adiós como si todavía estuviera enojado por eso que dijo antes de salir, antes de morir.