Una plaza
con muchos árboles, banquitos de cemento, pasto verde y un punzante aroma a
besos y desamores.
Cierta vez, sentado en uno de esos tantos asientos grises y tapado por un enorme ficus estaba Santiago, con los ojos vidriosos y llenos de bronca.
Hace ya media hora que se ancló a la plaza con el corazón roto, tenía en la mano y llena de gotitas saladas una campera con capucha que debería haberse puesto, pero no lo hizo. Santiago no dejaba de pensar en la mujer que después de un año y medio de relación le contó que ya no lo amaba, y que eso la llevo a enamorarse de otro. En ese momento lo que más le dolía era que para ella todo fue fácil. Dejarlo fue fácil, olvidarlo fue fácil, ser feliz parecía serle fácil, irse tranquila con ese sweater azul que tan bien le quedaba le fue fácil.
Cierta vez, sentado en uno de esos tantos asientos grises y tapado por un enorme ficus estaba Santiago, con los ojos vidriosos y llenos de bronca.
Hace ya media hora que se ancló a la plaza con el corazón roto, tenía en la mano y llena de gotitas saladas una campera con capucha que debería haberse puesto, pero no lo hizo. Santiago no dejaba de pensar en la mujer que después de un año y medio de relación le contó que ya no lo amaba, y que eso la llevo a enamorarse de otro. En ese momento lo que más le dolía era que para ella todo fue fácil. Dejarlo fue fácil, olvidarlo fue fácil, ser feliz parecía serle fácil, irse tranquila con ese sweater azul que tan bien le quedaba le fue fácil.
Toda esta
injusticia lo hacía imaginar (y desear que ocurrieran) escenas un tanto raras,
en su mayoría inofensivas, pero raras. Lo
que más le gustaba pensar era que una bandada de palomas de estómago débil decidieran
descargar su furia rancia sobre ella, su ex. Lo pensó toda esa media hora en la
que no se movió de su lugar, le gustaba tanto esta idea que de a ratos se escurría
una sonrisa macabra en sus labios. ¡Cómo y cuánto lo deseó!
***
―Che,
Alberto ¿y esa chica de azul? ¿Qué te parece? Ya no aguanto más.
―No, Susana
¿no ves que camina muy rápido? Se nos va a escapar, tenemos que encontrar a
alguien más tranquilo. Además, vos sabes que no puedo sin sentarme.
―Ahí ahí,
ese árbol es hermoso, podemos estar cómodos y veo a alguien sentado debajo.
―Me parece
perfecto, me encanta ese ficus.
Las dos
palomas encontraron una rama que quedaba justo por encima de su víctima, y luego
de acomodarse llovieron el agrio excremento entre risas y alivio.
***
Una mancha
en la mejilla izquierda, tres en la camiseta verde y dos en el pelo. Santiago
miraba con asco las marcas que evidenciaban su derrota, pero sonreía lleno de
asombro por la coincidencia entre lo ocurrido y sus pensamientos.
Santiago se
paró, miró a su alrededor con satisfacción y lo entendió todo. Empezó a caminar,
y a pesar de estar destrozado, avanzó y avanzó.