"Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor."

lunes, 21 de abril de 2014

La versión de un inocente.



Yo pude ver cómo se aturdía su loable corazón,  entre golpes y empujones lo vi, me encontré frente a frente con la inocencia, sus ojos marcaron mi futuro, sus manos… habían marcado mi pasado.
La pesada cruz se traducía en iniquidad, la sangre marcaba un camino de sacrificio.
 Era muy pequeño para presenciar semejante crueldad, pero en todos estos años, no ha dejado de ser la memoria más fresca y dulce que mi mente puede recordar.
 Todos corrían por el mejor insulto, por la mayor ofensa, a eso iban, nadie se callaba o dejaba de empujar. Hasta que, por un momento, solo un momento… los gritos cesaron, fueron segundos de algo divino. Entre el tumulto y el odio se escabullo de alguna forma, el amor. El rostro de aquel hombre recorrió nuestras miradas, no había más que amor, no había más… que perdón. Miraba a aquellos a los que había sanado, se encontró con todos a los que había liberado… y ahí estaba yo, el niño por el cual había orado. Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. No creía yo que vería el momento, no creí poder presenciar cómo este tal Jesús, abriría las puertas de los cielos, para mí. El tiempo volvió a correr, y esos que estaban a mi alrededor, eran los mismos… los mismos que habían rogado por un milagro, los que pedían a gritos solamente una oración. Nunca palpe tanto la oscuridad, cómo en aquel día. La risa de la gente era una burla que transcendía lo humano… una burla ingenua… un simple gesto de ignorancia proveniente del que se hallaba a punto de ser vencido para siempre.
Llego el momento, elevaron su cuerpo… lastimado y grabado de golpes, con la gloria de la santidad y el escarnio del pueblo: ESTE ES JESUS, REY DE LOS JUDIOS.

¿Sabrían ellos? ¿Habrán tenido idea de su espíritu afligido por nosotros? ¿No repararon en que a través de sus heridas, era posible leer claramente salvación? Sus manos marcaron mi vida, un pedazo del cielo me fue entregado, una gloria invisible, una paz real. Y allí estábamos, los niños rebeldes, los ciegos, los mentirosos, los endemoniados, los paralíticos, los leprosos, los mudos, las prostitutas, los pobres, los soldados, los muertos. Allí estábamos, los agradecidos. Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Honra y gloria, al único que por amor, cambio nuestro merecido destino, aquel que sin dudar lo dio todo por todos nosotros, por los que nunca valieron, nada.

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